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«Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida», por Juande Serrano

«Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida», por Juande Serrano

"Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida", por Juande Serrano

¿Quién dijo que para establecer una relación afectiva uno debe encarcelarse? ¿De dónde surge esa ridícula idea de que el amor implica estancamiento? ¿Por qué algunas personas al enamorarse pierden sus intereses vitales? ¿El amor debe ser castrante? ¿Realmente el vínculo afectivo requiere de estos sacrificios de pérdida de la propia libertad?

Los preceptos sociales han hecho desastres. Amar no es anularse, sino crecer de a dos. Un crecimiento donde las individualidades, lejos de opacarse, se destacan. Querer a alguien no significa perder sensibilidad y volverse una marmota sin más intereses que la presencia mundana y monótona del otro.

Amar no es anularse, sino crecer de a dos.

Los humanos tenemos la tendencia innata a indagar y explorar el medio. Somos descubridores natos, indiscretos por naturaleza. Cuando exploramos el mundo todos nuestros sentidos se activan y entrelazan para configurar la experiencia vivencial. Es entonces cuando descubrimos que el placer no está localizado en un solo punto, sino disperso y accesible. Es más, nuestro deseo se impulsa en la diversidad.

Y no estoy insinuando que haya que reemplazar a la pareja o engañarla. La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única. Si pierdo la capacidad de escudriñar, husmear y sorprenderme por otras cosas, quedaré inevitablemente atrapada en la rutina y el malestar de lo ya conocido. Porque nadie tiene el monopolio del bienestar. Cuando se adora a un solo río, se niega la posibilidad de conocer inmensos mares.

Cuando se adora a un solo río, se niega la posibilidad de conocer inmensos mares.

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Nuestra mente es una nómada de todo lo que nos puede ofrecer la vida y no le sienta nada bien que rígidamente se conforme con la falsa sensación de seguridad que da el manoseado “amor eterno”.

Puedes amar profunda y respetuosamente a tu pareja y al mismo tiempo disfrutar de seguir siendo un ser humano completo y normal. Vincularse afectivamente no es enterrarse en vida, ni reducir tu hedonismo a una o dos horas al día. No hablo de excluir egoístamente al otro, sino de complementarlo. Me refiero a dispersar el placer, sin dejar de amar a la persona que amas y sin perderte a ti misma.

Al amar nos deberíamos encontrar con nosotras mismas, pero la dependencia afectiva hace que nos perdamos confundiendo el apego con el amor.

Y el apego enferma, castra, incapacita, elimina criterios, degrada y somete, deprime, genera estrés, asusta, cansa, desgasta y, finalmente, acaba con todo residuo de amor disponible porque se deshace la propia identidad en el otro.

Cuando el apego está presente, entregarse, más que un acto de amor desinteresado y generoso, es una forma de capitulación, una rendición guiada por el miedo con el fin de preservar la seguridad que ofrece la relación.

Bajo el disfraz del amor romántico, la persona apegada comienza a sufrir una despersonalización lenta e implacable hasta convertirse en un anexo de la persona “amada”, un simple apéndice.

Cuando la dependencia es mutua, el enredo es funesto y tragicómico: si una se aburre, el otro es un aburrido. O, en una descripción igualmente malsana si una se divierte, el otro se pone celoso si no fue con él.

Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida, un acto de automutilación psicológica donde el amor propio, el autorrespeto y la esencia de uno mismo son ofrendados y regalados irracionalmente.

Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida.

La adicción afectiva es el peor de los vicios. La peor de las esclavitudes que nos autoencarcela en una cárcel que enlentece el tiempo y que a pesar de no tener cerradura fuimos nosotras mismas las que pensamos que perdimos la llave sin necesitarla para abrir la puerta.

Ya que, en la adicción amorosa, el autoengaño puede adoptar cualquier forma, expectativa y falsa ilusión. Con tal de sujetar a la persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones. Hacemos cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestro sueño amoroso. No interesa que toda la evidencia disponible esté en contra, importan poco las demostraciones y el cúmulo de opiniones contradictorias que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es intocable y el aparente amor, inamovible.

 

Porque vivimos con el apego afectivo a nuestro alrededor, lo aceptamos, lo permitimos y lo patrocinamos. Desde un punto de vista psicosocial, vivimos en una sociedad coadicta a los desmanes de los malentendidos relacionales donde amor y apego van de la mano. Los hemos entremezclado hasta tal punto, que ya confundimos el uno con el otro. Prefiriendo una cruel dependencia afectiva a la ternura de un amor deseado. Lo que nos lleva a establecer una relación de pareja con las pasiones más bajas e innobles que tenemos: los celos, la posesividad, la exclusividad, la desconfianza, la invasión de la ajena intimidad y la obsesión por no perder lo que nunca fue nuestro.

Porque todos sabemos ya que el apego corrompe. Que el apego seduce la falsa seguridad, que el apego se apasiona por acaparar, que el apego siempre quiere poseer, que es el apego el que impide la anuencia de una verdadera experiencia de amor trascendente y liberador. Egoísmo amargo éste del apego: querer secuestrar la vida, cortar las alas para volar, querer ser uno donde hay dos; querer luchar con el espacio, con el tiempo y contra la libertad que es donde radica nuestra felicidad.

«Detrás de todo apego hay miedo»

Por eso, lo que define el apego no es tanto el deseo como la incapacidad de renunciar a él. Si hay un síndrome de abstinencia, hay apego. Incluso de manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más atrás, algún tipo de incapacidad. Y al final del todo está eso del miedo a la propia libertad.

Son muchas las personas que viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no pueden, o no quieren, escapar. El miedo a perder la fuente de la seguridad y/o “bienestar” las mantiene atadas a una forma de tortura pseudoamorosa, de consecuencias fatales para la salud mental y física.

Saben que son dependientes, que están conformadas, que tienen miedo a la libertad, que en el fondo son conscientes de no estar bien. Y con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre. Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor para a ser una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se entrega a su mala suerte. Desestimando que en realidad cada cuál tiene lo que se busca.

Difícil salir de una relación así, pero no imposible

Difícil salir de una relación así, pero no imposible. Puesto que, de manera contradictoria, la tradición cultural ha pretendido inculcarnos un paradigma distorsionado y pesimista: el auténtico amor, irremediablemente, debe estar infectado de adicción. Un absoluto disparate. No importa cómo se quiera plantear, la obediencia debida, la adherencia y la subordinación que caracterizan al estilo dependiente, no son lo más recomendable para vivir(se).

 

"Depender de la persona que se ama es una manera de enterrarse en vida", por Juande Serrano

Pero no importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que no te deja ser feliz, puedes hacerlo. No es imposible. La casuística psicológica está llena de personas que lograron saltar al otro lado y escapar. Hay que empezar por cambiar las viejas costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información, deconstruir las creencias limitantes. Si aprendes a ser realista en el amor, si te autorrespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezado a gestar tu propia revolución en tus pésimos esquemas afectivo-sexuales.

No podemos vivir sin afecto, nadie puede hacerlo, pero sí podemos amar sin esclavizarnos. Una cosa es defender el lazo afectivo y otra muy distinta ahorcarse con él. El desapego no es más que una elección consciente y liberadora que dice a gritos: el amor es ausencia de miedo.

Porque el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. La idea no es reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de soltarse cuando haya que hacerlo.

Un buen amante jamás crea adicción.

 

img_4144 Juande Serrano

Psicoterapeuta Transpersonal experto en Parejas y duelo

Terapia online

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