“Yo no he hice nada, solo escucharlo”, me dice Julia en la sede del Teléfono de la Esperanza -Villa Esperanza- como cierre a la historia que me estaba contando en la que evitó que un hombre se quitara la vida saltando por la ventana. Esta humildad no es nueva; la he visto antes en personas que se dedican a ayudar a otras; parece que les pesen los elogios y el reconocimiento. Ellos prefieren actuar sin hacer mucho ruido, pero sabiendo que están haciendo todo lo posible por darse al resto.
En 2017 atendieron 6.516 llamadas realizadas desde Málaga
Julia Alonso es la vicepresidenta del Teléfono de la Esperanza en Málaga, una organización que lleva 43 años en activo, desde 1976, 6 años después de se pusiese en marcha a nivel nacional. No puedo evitar pensar, porque incluso a mí me pasó cuando estaba preparando el reportaje, que esta organización está tan asentada en nuestro imaginario colectivo que normalmente no se le presta toda la atención que merece.
Sería fácil caer en el pensamiento de que el Teléfono de la Esperanza es un recurso de desesperación, donde solo llaman personas en un último intento por aferrarse a la vida, o incluso que la mayoría de las llamadas que reciben son de aquellos que solo buscan su minuto de atención. Sin embargo, su labor va mucho más allá. Es mucho más grande y necesaria de lo que la población general pueda llegar a imaginar; los números hablan por sí solos.
La historia del Teléfono de la Esperanza
La historia del Teléfono de la Esperanza esta ligada, según nos cuenta Julia, a la Segunda Guerra Mundial. En Inglaterra se dieron muchos suicidios en esta época y habilitaron un teléfono de ayuda para evitarlos. Fue entonces cuando Serafín Madrid importó la idea fundando el Teléfono de la Esperanza en nuestro país.
La OMS alertaba que hablar sobre el tema provocaría un efecto llamada
El Teléfono no contaba con profesionales ni con voluntarios formados en sus inicios. Más tarde se encontró la necesidad de formar a los agentes de ayuda y contar con profesionales en diversos ámbitos como la abogacía o la psicología. La iniciativa, pionera en su momento, tuvo que luchar contra el tabú que se imponía sobre este asunto incluso desde la OMS, que alertaba que hablar sobre el tema provocaría un efecto llamada.
Poco podían imaginar los integrantes de ese recién estrenado Teléfono de la Esperanza el bien que les quedaba por hacer… Solo en 2017 atendieron 108.458 llamadas a nivel nacional. De estas, 6.516 fueron realizadas desde Málaga. Estos datos demuestran lo integrado y vivo que el Teléfono está dentro de la sociedad, que a 31 de mayo ya había recibido en la provincia 871 llamadas más que el año pasado en las mismas fechas.
También se puede contactar con ellos por WhatsApp
El protocolo de actuación
Pero, ¿cómo sería un caso de principio a fin? “Siempre hay por lo menos una persona atendiendo el teléfono, a veces dos. La gente que llama por teléfono se deriva a un psicólogo o a un profesional de aquí si el orientador cree que lo necesita. Se le da una cita, sin ningún dato personal, solo con número y letra para que vengan. Sin embargo, nosotros no hacemos tratamientos a largo plazo porque eso sería competencia desleal. Se atiende a la persona afectada un número prudencial de veces y después se le aconseja ir a un profesional particular o se le deriva a la Seguridad Social”, nos relata Julia. “A veces se presentan lo que llamamos ‘espontáneos en sede’ que se encuentran muy mal y vienen buscando a alguien que les dé ayuda. En esos casos, se les deriva a un profesional de los nuestros en cuanto se puede”.
Normalmente, los afectados deciden llamarnos ellos mismos, los casos en los que la familia es la que decide intervenir son mínimos, según Julia. Si se da lo segundo, el Teléfono proporciona las herramientas y pautas de comportamiento a los familiares. Una vez hecho esto, se intenta que el afectado hable con los profesionales de la organización, porque “algo muy importante es que nunca dicen toda la verdad a los que les rodean, siempre se reservan una parte. Cuando la cosa es anónima y confidencial se suele contar toda la verdad”, dice Julia.
Aunque, en la mayoría de ocasiones, las personas que recurren al suicidio como vía de escape no suelen contar con un apoyo afectivo en el que poder ampararse. “A veces la gente solo quiere hablar. En la sociedad que estamos, con tantos medios de comunicación, la gente está muy sola y eso es un problema grandísimo. No escuchamos a los que tenemos al lado porque cada uno va a lo suyo, nunca hay tiempo o todo se hace corriendo”.
«En la sociedad que estamos, con tantos medios de comunicación, la gente está muy sola»
Una descripción que, aunque duela, es un fiel reflejo de lo que somos ahora. El individualismo ha afectado en todos los aspectos de la sociedad, llegando incluso a perjudicar el bienestar de personas que no tienen la valentía o fuerza suficientes para enfrentarse a solas a sus circunstancias. De hecho, uno de los tipos de llamadas más frecuente es el de las “llamadas de atención”. Es cierto que existen y que se dan. Hay personas que necesitan reclamar su lugar en el mundo y convencerse a sí mismas de que importan. “A veces las personas que están al lado de los afectados no se dan cuenta, entonces a estos no les queda más que acudir a nosotros. Una vez que llaman buscas anclar a esa persona a la vida, que es lo importante, con herramientas tan sencillas como hablar de cosas que le gustan o de cuáles son sus problemas…”, nos dice Julia.
“Yo recuerdo una llamada que atendí hace tiempo, eran las 21.30 de la noche y estaba sola. No había nadie disponible y tuve que atenderla yo. Al otro lado escuché a un señor que me decía que se iba a tirar por la ventana. Yo estuve hablando con él hora y media. Al final me dijo ‘no tengo palabras para agradecer lo que usted me ha ayudado’ y yo le dije que yo no había hecho nada, solo escucharle”. Cabe destacar que dentro de las labores de Julia no suele estar el responder el teléfono.
Una llamada de atención a todos que nos despierta y nos da de bruces con esta realidad tan silenciada. Julia cuenta que el drama es mucho mayor, ya que tras cada suicidio hay alrededor de unas siete u ocho personas que quedan muy traumatizadas por el incansable pensamiento del “no lo supe ver”.
Estos hechos afectan especialmente a las mujeres de entre 30 y 55 años. Los hombres están empezando a abrirse ahora, pero son minoría y se incorporan lentamente “quizás por pudor”. “Al empezar a hacer estos cursos en Málaga había 60 mujeres y 3 hombres y ahora entre esos 60 puede haber 20 hombres”.
En este punto de la entrevista, le pregunté a Julia que qué pasaba con los casos de extrema gravedad. Si los derivaban a la Seguridad Social o si existía algún tipo de operativo especial. “En esos casos se intenta que la persona te dé su teléfono o el de un familiar para que podamos llamar a los servicios de urgencia”, me respondió. Lo que seguía a esa respuesta no pudo hacerme ganar más conciencia sobre la verdadera crudeza del asunto.
«Se intenta siempre salvar la vida del que llama»
Ella me lo contaba con tranquilidad, sin ánimo de darle más dimensión de la que ella cree que tiene. “Hay casos que han llamado porque querían compañía en sus últimos minutos. Si es así, se les hace la compañía”. En ese momento ella seguía hablando, pero mi mente se detuvo ahí. No podía sortear las voces en mi cabeza que incidían en lo duro de esa situación para todas las partes implicadas, pero también lo interpreté como un gesto de absoluto respeto por la decisión que había tomado el afectado. Un código, supongo, que solo esas dos personas, la que llama y la que escucha, cada una a un lado de la línea y en una situación opuesta pero teñida del mismo color, podían entender. Y nadie que no fueran ellos tendría derecho a juzgar lo que estaba pasando dentro de ese instante. Al menos, como digo, así lo interpreté yo. Con todo y con eso, “se intenta siempre salvar la vida” concluía Julia.
Más allá de una llamada
Una asociación, el Teléfono de la Esperanza, que no solo atiende llamadas y da citas para los afectados. En su incansable búsqueda por conseguir el bienestar de todos los que los necesiten han creado hasta un total de 28 cursillos y talleres centrados en mejorar la calidad de vida emocional, sobre diversas temáticas como duelo, autoestima o mindfulness, entre otros.
Asimismo, se ha puesto en marcha un programa para atender a mayores que viven solos, con atención semanal telefónica y en la sede una vez al mes. También tienen convenio con la prisión de Alhaurín, en la que se ha habilitado un teléfono para que cuando los presos estén mal puedan llamar.
«Todo el que quiera venir a ayudar encontrará un hueco para hacer el trabajo que quiera”
Una labor que no es siempre sencilla, que no es siempre reconocida por la sociedad, pero con un eco inmenso que resuena no solo en el interior de todas las personas a las que ayudan sino también en todos los voluntarios que regalan desinteresadamente su tiempo al Teléfono de la Esperanza. “Aquí somos 98 personas, pero hay trabajo para otros 98. Todo el que quiera venir a ayudar encontrará un hueco para hacer el trabajo que quiera”, me dice Julia con una sonrisa.
Personalmente, no puedo más que admirar la valentía de todas las personas implicadas en esta humilde pero gigantesca maquinaria de compañía y apoyo a quienes anteponen el amparar a los demás por encima de ellos mismos y lidian con situaciones que yo no podría evitar llevarme a casa. 43 años en activo en Málaga, casi invisibles pero imprescindibles, que demuestran que, por lo menos, los necesitamos 43 años más.
Web del Teléfono de la Esperanza en Málaga → enlace AQUÍ
Redacción y fotografía: Pablo Navarrete